En el contexto post Segunda Guerra Mundial fueron creadas dos grandes familias políticas: la socialdemocracia y la democracia cristiana, ambas compartiendo bases de origen en el liberalismo político de la modernidad.
La familia socialdemócrata fue la primera en desprenderse de su naturaleza liberal en favor del tribalismo político, una tendencia acuñada con el nombre de ”movimiento woke”. Filosofía que no se entiende sin la presuposición de “progreso eterno”, un concepto arrancado de la escatología cristiana que tanto detestan. Por otra parte, tenemos a la democracia cristiana, una familia que, según Chantal Delsol en ”Populisme. Les demeurés de l’histoire”, ha basado su proyecto político en la negación del de su rival. La única construcción real de ideario ha sido su autoafirmación de ser mejores gestores económicos que una socialdemocracia cada vez más engrandecida. En el ámbito de la educación, es evidente. El proyecto progresista ha consistido en promover la deconstrucción de valores y tradiciones, reemplazándolos por narrativas contrarias al orden natural. Mientras tanto, cuando la llamada derecha gobierna, no solo no revierte los estragos del gobierno anterior, sino que tampoco impone su supuesto proyecto por miedo a ser acusada del mismo autoritarismo que su rival. Una idea que se ha comprobado cierta en el último pleno de Sant Cugat; como era de esperar, el Partido Popular fue uno de los votantes en contra de la moción presentada por Vox que defendía que los alumnos de los colegios e institutos de la ciudad recibieran información a cargo de expertos en el campo de la transexualidad infantil para advertirles sobre las consecuencias físicas y psicológicas que implican estos procesos traumáticos.
VICTOR HIDALGO GRACIA és col·laborador de Vox Sant Cugat